Hace
unos días tuve una conversación tuitera con una joven paisana sobre la
invisibilidad de los buenos profesionales nacidos en nuestra ciudad. Ella
utilizó la letra “k” delante de “humano” para simbolizar, en los 140 caracteres
de rigor, el concepto de capital humano.
Para mi la “k” es una letra muy simbólica y su utilización me inquietó.
En
la mini conversación mi paisana refería un “capital humano” que para las
teorías económicas modernas es un factor dependiente no sólo de la cantidad,
sino también de la calidad, del grado de formación y de la productividad de las
personas involucradas en un proceso productivo. Se refiere a una k especial, de
cantidad y capacidad, k=Somos muchos y muy buenos.
Aún
así, la “k” me suena más a teorías de la tradición económica, su simbología me
hizo recordar la teoría de Karl Marx para quien el factor trabajo es un
elemento del capital variable que se consume en el proceso de trabajar.
Una
rápida reflexión situacional de nuestra localidad:
Ciudad ejemplo de
capital media española, sin serlo, con su especificidad por el carácter
industrial de su tejido productivo y la cercanía de la capital administrativa. Con
un sector industrial fuerte con necesidades laborales muy específicas y un
sector servicios débil, soportado por el comercio tradicional. Todo ello, hace
complicada la absorción laboral de los jóvenes, aún más la de las mujeres, más débiles
ante la oferta industrial. Por otro lado, en un sector de la población se
refuerza desde muy jóvenes la necesidad de estudiar que, inevitablemente, deriva: primero, en una emigración en búsqueda de la carrera universitaria o
profesional deseada y, después, en una emigración definitiva al encontrar la
ciudad o el país donde desarrollar la profesión para la que han sido formados. Y
la oferta empresarial de la ciudad, como muchas otras ciudades o como pasa ahora en el país, no atempera ni mucho menos la exportación
de ese “k” humano.
El paso del tiempo en una localidad así ha producido un verdadero arsenal humano, una k que también significa un empuje para los que están, es un "somos
muchos más y más buenos que vosotros". El máximo nivel de acceso a la educación conseguida a partir de finales del siglo XX ha obtenido
sus mayores resultados en cantidad y calidad. Nuestro joven vecino o joven
vecina sí ha aprovechado su oportunidad, hoy forma la élite de su profesión. Y no hay
recompensa sin avanzar en la idea de Marx, sin el consumo de la “k” en el
proceso de trabajar.
Y
esto podía dejarse aquí, en una reflexión generalizada de las dificultades
laborales de nuestros jóvenes y lo racional de una variable económica. Pero hay
más, están los sentimientos, ya que en esa reflexión tuitera va implícito un
deseo: el de esos jóvenes sobradamente formados por trabajar por su terruño,
por su ciudad. Anhelan aportar, devolver lo que se les ha dado y, en el inicio
de sus potenciales carreras, ofrecen su capacidad para mejorar en lo posible la
vida de sus conciudadanos. Y eso sí es un verdadero capital, una K mayúsculas
que deberá encontrarse entre las prioridades de todos los que ocupen un puesto de
responsabilidad en nuestro país, región o ciudad. Ellos deberán ser prioridad en el momento en que las ramas de la crisis actual dejen de ver al fin el bosque: un territorio o territorios que tendrán que competir con sus mejores.
Escribo
esto en un día especial y no es casualidad, el 8 de marzo, en el que se celebra
el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Tampoco
es casualidad que la reflexión que comienza este texto sea de una chica. El
derroche de la "k" todavía es mayor si hablamos de las mujeres.
En la formula podría ser una K(f) diferencial. Hoy es su día, un día para pensar en objetivo globales, para sumar algo más por lo que luchar, con fuerza y convicción, por ellas mismas, para
convertirse realmente en un factor humano más que se consuma en el proceso de trabajar.
Y sí, claro,
en igualdad, faltaría más.